El corazón hambriento como el mar. Festival SURGE. Teatro El Umbral de Primavera. Octubre 2020

domingo, 16 de abril de 2017

Shake

  En la actual edición del Festival de Otoño a Primavera, organizado por la Comunidad de Madrid, visitó nuevamente el escenario del Teatro de La Abadía esta producción dirigida por Dan Jemmett. Y digo nuevamente porque ya hace quince años representó esta misma obra en el mismo espacio. El día en que asistí a la función hubo un posterior encuentro con el director y uno de los actores del montaje, el español Antonio Gil Martínez. En dicho coloquio, el director inglés explicó las sutiles diferencias entre la puesta en escena original y la que abordan en la actualidad. El dibujo escénico es, en realidad el mismo; como él nos contó, en Cambridge (su ciudad natal) existe un célebre puente construido por Isaac Newton. Dicho puente, conocido popularmente como The Mathematical Bridge, estaba construido sin utilizarse para ello ni un solo tornillo ni clavo. En un momento dado, desde la Universidad de Cambridge se desmontó el puente con el fin de entender cómo Newton había conseguido esa proeza de la ingeniería. Lo que sucedió a continuación es que los eruditos de la universidad no fueron capaces de volver a montar el puente tal y como se diseñó originalmente, por lo que en la actualidad el puente sobre el río Cam cuenta con todos los tornillos y clavos que necesitaron para volver a ensamblarlo.
  Esta curiosidad histórica sirvió a Dan Jemmett para hacer entender que si la primera versión de Shake (que es una adptación de "Noche de Reyes", de Wlliam Shakespeare) funcionó tan bien, lo mejor era no tocarla demasiado. Sin embargo, tal y como el director y el actor con los que compartimos la charla nos expusieron, el tono del espectáculo difiere sutilmente. Todo el espíritu mágico de la obra permanece, el teatro dentro del teatro, el disfrute del juego. Los cinco intérpretes del elenco se desdoblan para encarnar todos los personajes de la obra, sobre las tablas nos regalan una fiesta de la que, rompiendo la cuarta pared, nos hacen partícipes. Y a pesar de la comedia de equívocos, de los enredos, de las puertas que se abren y se cierran con precisión isabelina, en la isla que nos presentan, el ambiente playero se tiñe de cierta tristeza. Esta es la gran diferencia entre el montaje primero y su revisitación: el paso del tiempo añade una pátina de nostalgia a la alegría despreocupada de los inicios. La sensación de lo efímero de la vida (efímera como el teatro mismo), la constancia de la finitud en la que vivimos, tal vez en algo de esto consista la madurez. Gil Martínez recordó cómo el nacimiento del montaje sucedió tras los atentados de las torres gemelas de Nueva York. Sintieron entonces una necesidad inaplazable de alzar en escena un grito vital, lleno de alegría y humanidad para hacer frente a la barbarie. Quince años después, no obstante, no hay muchas razones para sentirse optimistas respecto a la situación de nuestro mundo, y esto seguramente se transmita también en el reflejo actual de "Shake".
  Que Jemmett comprara al azar un lote de cuarenta discos antiguos de vinilo, y decidiera que de ellos saldría la música de su espectáculo, dice mucho de su concepción del teatro como juego. Y los espectadores podemos agradecerlo, asistiendo a una puesta en escena plena de hallazgos, durante dos horas que nos regalan el embelesamiento de la obra shakespeariana junto al trabajo de unos actores y actrices que la elevan con su profesionalidad y talento como si de un soplo de brisa marina se tratase.


jueves, 13 de abril de 2017

ZENIT La realidad a su medida

  En su último paso por Madrid cumplimos con la cita que desde hace muchos años seguimos renovando con Els Joglars, en la que nos presentaban su última obra, "Zenit. La realidad a su medida" en el Teatro María Guerrero (sede del Centro Dramático Nacional, que coproduce el espectáculo junto a la compañía catalana y al Teatro Lope de Vega de Sevilla). Estos juglares, cuya trayectoria es columna vertebral del teatro español de los últimos cincuenta años, abordan en su última aventura escénica un mordaz retrato del periodismo actual. El periodismo, que como ellos mismos dicen es "un oficio imprescindible para la democracia" y que, sin embargo, en los últimos años atraviesa una crisis por la mansedumbre (cuando no servilismo) hacia los grandes emporios que lo sustentan. Si los grandes medios están al servicio de los bancos que los financian, el panorama se torna muy negro. Sin una prensa independiente, el periodista acaba siendo simplemente un vocero de los más poderosos.
  Las intenciones loables del espectáculo se quedan, no obstante, a medias tintas. Sí que existe, por supuesto, una crítica a los mass media, pero resulta algo naíf y poco incisiva para lo que el tema podría dar de sí. Aciertan mucho más en cómo retratan el desmoronamiento personal del protagonista de la obra, un periodista que asiste atónito a la desaparición del mundo tal y como él lo conoció.
      
  La compañía, no obstante, presenta un montaje muy riguroso en su puesta en escena, marca de la casa, obsequiando al público con unas escenas en las que ver el trabajo interpretativo y de movimiento escénico es un auténtico placer. El uso inteligente de la música y las auténticas coreografías que suponen muchas escenas de la obra, unido a un fecundo nivel de creación de imágenes, nos terminan conmoviendo más por el trasfondo humano de los personajes que por el político o de denuncia del tema tratado. Sí que en algún momento el tempo de las diferentes escenas es demasiado monótono y se hubiera agradecido que el ritmo interno de la obra tuviese más cambios. También en el uso del humor patina en algún momento el espectáculo, con algunos chistes fáciles que parecen haberse escrito hace más de treinta años y que restan valor al conjunto de la obra (la alusión al ABC o las gracietas en torno a los maricas, por ejemplo).
  
  Así pues, en su globalidad, el montaje es cien por cien esencia Els Joglars y como tal se disfruta: visualmente muy potente, interpretaciones de alto nivel y exposición de uno de los problemas que nuestra sociedad tiene ante sí. La escena final es muy elocuente, viéndose en ella cómo el protagonista es, literalmente, sepultado bajo una montaña de basura que le engulle y de la que es imposible escapar. Esperemos que ejemplos de resistencia como el de esta veterana compañía cundan y la independencia de opinión y creación, la libertad de expresión, continúen entre los valores por los que todos nosotros luchamos.





jueves, 6 de abril de 2017

La judía de Toledo

  Durante el pasado mes de marzo, en el reluciente Teatro de la Comedia, pudimos ver esta coproducción entre la Compañía Nacional de Teatro Clásico y la Compañía Micomicón. La directora de ésta última, Laila Ripoll, es la encargada de la versión de la obra y dirección del montaje. Hace ya diez años, participé en un curso impartido por ella y organizado por la Unión de Actores, del que guardo muy grato recuerdo. Coincidimos un grupo de alumnos con alta predisposición para el trabajo y gran calidad humana (se ha mantenido desde entonces la relación entre varios de nosotros) y el rigor y la pasión de Laila se contagió entre todos. En aquel taller de interpretación de teatro en verso, trabajamos con varios textos de Lope de Vega, entre ellos la obra "La judía de Toledo", que alguno de nosotros no conocíamos hasta ese momento, ya que no suele nombrarse entre lo más destacado del genial dramaturgo.
  La puesta en escena que ahora tratamos se ha ambientado en la España franquista de los años sesenta-setenta. Esta elección funciona muy bien, al trasladar las pulsiones del conflicto a la sociedad tan oscura de aquellos años. La primera jornada de la que se compone la obra se convierte, en esta versión, en un capítulo del NO-DO, recurso que sirve para poder acortar la duración de la obra y situarnos perfectamente en el contexto en el que arranca la acción dramática. Sin embargo, a pesar del atractivo visual que esta elección conlleva, provoca que cuando los actores entran en escena sus personajes ya lleven consigo un recorrido que el público no ha presenciado. De este modo, el conflicto que se desata por el enamoramiento del rey Alfonso VIII por la joven Raquel, aparece de un modo tan súbito que no resulta demasiado creíble. En la escena del enamoramiento, que pasa de forma bastante rápida, no entendemos muy bien por qué el monarca cae rendido sin remisión ante ella. A partir de aquí, unas escenas funcionan mejor que otras, pero queda la sensación de que la pasión del rey y todo lo que provoca avanza de manera un poco mecánica. 
  Sí que alguna escena consigue atrapar fuertemente al espectador, como la de Alfonso VIII desmoronado bajo la tormenta, o la del asesinato de la judía, violenta y visualmente muy potente (Jorge Varandela, actor que interpreta al príncipe Enrique, destaca por la intensidad que aporta aquí a su personaje, convirtiendo esta escena en una de las más interesantes a nivel interpretativo). También habría que destacar el diseño de luces del espectáculo, así como las proyecciones que lo acompañan: son de una gran belleza y enmarcan la acción de modo muy sugerente. 
  En una entrevista reciente (Revista Godot nº 73. Madrid, marzo 2017) Laila Ripoll, incidía en el carácter político del texto, ya que nos presenta a un gobernante que descuida sus obligaciones ante su propio disfrute, hecho que podría encontrar más de una analogía entre algunos mandatorios actuales. También en ese contexto, la directora quita importancia a que el personaje de Raquel sea de religión judía, excluyendo cualquier atisbo de antisemitismo en la obra. Pero la cuestión, en la modesta opinión de quien esto escribe, es que ese hecho no es arbitrario y añade connotaciones que el público percibe. Así, a la salida del teatro, uno de mis acompañantes resumía la obra en "un cristiano se enamora de una judía, su gente mata a la judía, él se arrepiente de todo lo que ha hecho como buen cristiano que es, le perdonan y todo vuelve a la normalidad: vamos, que si esta misma obra la viesen en 1960 se aplaudiría a rabiar por el pensamiento franquista."
  Y aunque esta opinión es bastante reduccionista, sí que la obra necesitaría una vuelta de tuerca para alejarse de estas sensaciones.