El corazón hambriento como el mar. Festival SURGE. Teatro El Umbral de Primavera. Octubre 2020

jueves, 5 de diciembre de 2019

Mauthausen. La voz de mi abuelo


  Cada uno de nosotros tiene su propia idea acerca del teatro que considera interesante. Sabemos que este arte puede abordarse desde muchas perspectivas diferentes, que puede haber un montaje para cada momento, un estilo distinto para cada historia que quiera contarse. Y sin pretender negar la validez de otro tipo de propuestas, vamos conformando en nuestra intimidad un listado de ingredientes que deseamos encontrar en cada espectáculo que vemos. Mauthausen. La voz de mi abuelo, contiene todos esos componentes que renuevan mi amor por el teatro y supone un acontecimiento de los que refuerzan la necesidad de seguir subiéndose a un escenario.
  La historia del campo de concentración y exterminio nazi es tristemente conocida, también la del paso de muchos españoles por aquel dantesco complejo, y aún así lo vivido con esta propuesta escénica resulta una sorprendente experiencia. Lo que aquí presenciamos no es un documental con frías y espantosas imágenes. Desde luego, lo contado contiene espanto y dolor. Pero se presenta de tal modo, que la incomprensión hacia las atrocidades que llega a cometer el ser humano se transforma en esperanza por su capacidad de supervivencia y solidaridad.
  El texto de la obra está escrito por Pilar G. Almansa, que sigue creciendo y afianzándose como una de las figuras de referencia en nuestro teatro contemporáneo. También ella firma la puesta en escena, esencial y limpia, al tiempo que emotiva y con un ritmo dramático preciso. La dramaturgia del espectáculo transmite las vivencias de Manuel Díaz, superviviente español de Mauthausen, a quien pone voz y cuerpo sobre las tablas su propia nieta, la actriz Inma González
  
 La interpretación de ésta es de las que no se olvidan. Cargada de verdad, derrocha humanidad y emoción en cada uno de sus gestos. Pura maravilla. Durante poco más de una hora tenemos delante nuestra al jovencito que, tras su particular odisea,
nos ofrece una lección de vida en la que se trenzan el miedo y la esperanza, las tinieblas y las luces de un futuro en el que nunca hay que dejar de creer. Ella es la voz de su abuelo.
  Partiendo de unas grabaciones que el propio Manuel Díaz realizó antes de fallecer se reconstruye un episodio de nuestra historia que jamás debería repetirse. Por desgracia, la sociedad actual parece olvidar con facilidad toda la barbarie que asoló nuestro continente no hace tanto tiempo. En demasiados parlamentos europeos, incluido nuestro congreso nacional, negacionistas de aquel holocausto parecen añorar aquella ola que cubrió de oscuridad gran parte de la vida de nuestras generaciones antecesoras. No se trata de reabrir viejas heridas, tal y como dice nuestra derecha patria; parecen desconocer que algunas heridas nunca llegaron a cerrarse, no se les permitió hacerlo. Se trata de no olvidar, de aprender del pasado para no reeditar las mismas tragedias.
  Y facilitar algo que en este país no se permitió: un proceso de duelo necesario para que nuestra sociedad pueda mirar al futuro y seguir avanzando. Mauthausen. La voz de mi abuelo pone un importante grano de arena en esta reconstrucción, por medio de su apuesta plena de sensibilidad, inteligencia y muy importante también, un sentido del humor cargado de humanidad.


  
  

viernes, 27 de septiembre de 2019

Cama


  Dice Pilar G. Almansa, autora y directora de Cama, que "(...) gracias a lo que ha ocurrido en el último siglo, y cada vez con más intensidad y sofisticación, las mujeres estamos batallando por configurar el relato público, tanto sobre nosotras mismas como sobre los hombres." (1) Y es esto del todo necesario, añado, ya que la mujer ha estado siempre relegada históricamente al papel que el hombre le otorgó al ser éste el único que construyó dicho relato. Muchos somos los que nos hemos educado inmersos en una cultura machista, con unos modelos que todavía hoy en día cuesta romper. Pensemos, no obstante, que las cosas van cambiando poco a poco. Y la revolución feminista, que se lleva a cabo sin el uso de la violencia, tal y como dice Ella, el personaje femenino de la obra, está implementando un cambio de paradigma. 
  De estas cuestiones trata "Cama", de la relación de una pareja, hombre y mujer, desde que se conocen hasta que tras el tránsito por la pasión inicial y el asentamiento doméstico posterior, llegan las diferencias que se agravan hasta terminar con la separación de los personajes. Tanto Él como Ella se nos presentan como individuos sensibilizados, ella feminista concienciada; él convencido de la revisión actual del hombre bajo la óptica de las nuevas masculinidades. Y aún así, no logran sortear las trampas que el sistema lleva siglos interponiendo en nuestras vidas.
  Todo este tránsito vital sucede en el espacio temporal de una hora y, a pesar  de la compresión que eso significa, la puesta en escena salva bien ese desfase entre lo expuesto y lo omitido. La pieza se articula en cuadros que se suceden cada uno alternando diferentes lenguajes teatrales, sin que esto resulte forzado y se convierta en un pastiche. Más bien al contrario, estos cambios alumbran las distintas fases por las que atraviesan los personajes y su relación. Desde un punto de vista brechtiano, esto supone que la sorpresa irrumpa en el escenario y que la atención del espectador no decaiga, al mismo tiempo que el espectáculo ofrece esa diversión que Bertolt Brecht consideraba imprescindible para que luego pueda darse la reflexión acerca de lo visto y vivido sobre las tablas.

Autor fotografía: Jacobo Medrán

  "Cama" es un texto muy bien escrito, rico y profundo, que ahonda en la perspectiva de género como condicionante de muchos conflictos que en su día se normalizaron o, cuando menos, se silenciaron. Nos coloca frente a una realidad en la que los roles desempeñados hasta ahora por hombres y mujeres exigen una revisión urgente. Y lo hace con humor, en ocasiones, con poesía o con testimonios casi cercanos al teatro documento. Y esta variedad de estilos se sustenta en una interpretación sobresaliente por parte de María Morales y Carlos Troya, que aportan la verdad, el valor y la sensibilidad que reclama esta puesta en escena. 
  Junto a ellos, con ellos, una cama. Único elemento de la escenografía (aparte del sugerente diseño de luces y de espacio sonoro) y que sirve de nido o de muro, según sean las circunstancias de los personajes. Una cama. Ese elemento en el que muchos nacemos, descansamos, amamos, convalecemos, inspiramos, retozamos, espiramos y expiramos. Un edredón, unas sábanas, unas almohadas blancas que son testigo de lo posible y de lo imposible; de lo probable y de lo improbable, en una relación que desde el extrañamiento posterior a su representación, otra vez Brecht, nos deja cuestiones abiertas y a las que sólo nuestro avance como sociedad y como individuos podrán, algún día, dar respuesta.

(1) El Cultural, 16/08/2019


miércoles, 27 de marzo de 2019

Día Mundial del Teatro 2019

  Como cada año, hoy 27 de marzo, celebramos el Día Mundial del Teatro. A continuación transcribo el mensaje que el Instituto Internacional del Teatro ha hecho público, como es tradición, para esta jornada. Está firmado por Carlos Celdrán, director, dramaturgo y profesor cubano.

Antes de mi despertar en el teatro, mis maestros ya estaban allí. Habían construido sus casas y sus poéticas sobre los restos de sus propias vidas. Muchos de ellos no son conocidos o apenas se les recuerda: trabajaron desde el silencio, desde la humildad de sus salones de ensayo y de sus salas llenas de espectadores y, lentamente, tras años de trabajo y logros extraordinarios, fueron dejando su sitio y desparecieron. Cuando entendí que mi oficio y mi destino personal sería seguir sus pasos, entendí también que heredaba de ellos esa tradición desgarradora y única de vivir el presente sin otra expectativa que alcanzar la transparencia de un momento irrepetible. Un momento de encuentro con el otro en la oscuridad de un teatro, sin más protección que la verdad de un gesto, de una palabra reveladora.

Mi país teatral son esos momentos de encuentro con los espectadores que llegan noche a noche a nuestra sala, desde los rincones más disímiles de mi ciudad, para acompañarnos y compartir unas horas, unos minutos. Con esos momentos únicos construyo mi vida, dejo de ser yo, de sufrir por mí mismo y renazco y entiendo el significado del oficio de hacer teatro: vivir instantes de pura verdad efímera, donde sabemos que lo que decimos y hacemos, allí, bajo la luz de la escena, es cierto y refleja lo más profundo y lo más personal de nosotros. Mi país teatral, el mío y el de mis actores, es un país tejido por esos momentos donde dejamos atrás las máscaras, la retórica, el miedo a ser quienes somos, y nos damos las manos en la oscuridad.

La tradición del teatro es horizontal. No hay quien pueda afirmar que el teatro está en algún centro del mundo, en alguna ciudad o edificio privilegiado. El teatro, como yo lo he recibido, se extiende por una geografía invisible que mezcla las vidas de quienes lo hacen y la artesanía teatral en un mismo gesto unificador. Todos los maestros de teatro mueren con sus momentos de lucidez y de belleza irrepetibles, todos desaparecen del mismo modo sin dejar otra trascendencia que los ampare y los haga ilustres. Los maestros de teatro lo saben, no vale ningún reconocimiento ante esta certeza que es la raíz de nuestro trabajo: crear momentos de verdad, de ambigüedad, de fuerza, de libertad en la mayor de las precariedades. No sobrevivirán de ellos sino datos o registros de sus trabajos en videos y fotos que recogerán solo una pálida idea de lo que hicieron. Pero siempre faltará en esos registros la respuesta silenciosa del público que entiende en un instante que lo que allí pasa no puede ser traducido ni encontrado fuera, que la verdad que allí comparte es una experiencia de vida, por segundos más diáfana que la vida misma.

Cuando entendí que el teatro era un país en sí mismo, un gran territorio que abarca el mundo entero, nació en mí una decisión que también es una libertad: no tienes que alejarte ni moverte de donde te encuentras, no tienes que correr ni desplazarte. Allí donde existes está el público. Allí están los compañeros que necesitas a tu lado. Allá, fuera de tu casa, tienes toda la realidad diaria, opaca e impenetrable. Trabajas entonces desde esa inmovilidad aparente para construir el mayor de los viajes, para repetir la Odisea, el viaje de los argonautas: eres un viajero inmóvil que no para de acelerar la densidad y la rigidez de tu mundo real. Tu viaje es hacia el instante, hacia el momento, hacia el encuentro irrepetible frente a tus semejantes. Tu viaje es hacia ellos, hacia su corazón, hacia su subjetividad. Viajas por dentro de ellos, de sus emociones, de sus recuerdos que despiertas y movilizas. Tu viaje es vertiginoso y nadie puede medirlo ni callarlo. Tampoco nadie lo podrá reconocer en su justa medida, es un viaje a través del imaginario de tu gente, una semilla que se siembra en la más remota de las tierras: la conciencia cívica, ética y humana de tus espectadores. Por ello, no me muevo, continúo en mi casa, entre mis allegados, en aparente quietud, trabajando día y noche, porque tengo el secreto de la velocidad.

Carlos Celdrán
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Carlos Celdrán