El corazón hambriento como el mar. Festival SURGE. Teatro El Umbral de Primavera. Octubre 2020

miércoles, 27 de octubre de 2021

El bar que se tragó a todos los españoles / El Ministerio que se tragó a todos los técnicos

 


  El pasado veintitrés de septiembre teníamos previsto ver en el madrileño Valle Inclán uno de los éxitos de la pasada temporada, prorrogado al comienzo de esta en la que nos encontramos. Éramos conscientes desde tiempo atrás que la rentrée de este año estaría marcada por las movilizaciones de los técnicos del INAEM. De este modo acudimos al teatro sabiendo que, seguramente, la huelga anunciada por los mismos no se desconvocaría y que, como finalmente sucedió, la función se cancelaría.
  Todo lo que rodea este conflicto nos da la medida del país en el que vivimos y lo desconocido que resulta para todo el mundo, incluida la propia Administración, el trabajo de quienes se levantan cada día para sustentar nuestra cultura. Las bases que rigen la convocatoria de oposiciones para los técnicos de nuestros teatros públicos son un auténtico despropósito, expulsan a muchos profesionales que durante años y años han ido encadenando contratos temporales y demuestran no conocer en absoluto el sector que están condenando.


  En el colegio siempre se tildan de "marías" las asignaturas a las que no se da importancia para el currículo escolar, aquellas por las que nadie se preocupa. Algo así sucede en este país con el Ministerio de Cultura (actualmente Ministerio de Cultura y Deporte), una "maría" a la que no se da importancia alguna y cuyos titulares han demostrado a lo largo de los tiempos completo desconocimiento de su cartera. Las declaraciones del actual Ministro, Miquel Iceta, a quien la patata caliente le ha caído sin que tenga ni idea de dónde le han metido, son sonrojantes. La demanda interpuesta contra los técnicos, alegando ilegalidad en los paros, supone directamente violencia contra los trabajadores. Afortunadamente, esto último parece haberse solucionado con el acto de conciliación firmado por las partes en la Audiencia Nacional. 
  Todos los técnicos afectados poseen formación específica para sus puestos de trabajo, muchos de ellos a través de los cursos impartidos por el Centro de Tecnología del Espectáculo, dependiente del propio INAEM, pero que son enseñanzas no regladas. Y ahora resulta que esa formación no les permite presentarse a las oposiciones porque se les exige estar en posesión de un título de Grado Superior FP. Tampoco les cuenta para nada la experiencia acumulada. Eso sí, en un futuro podrían trabajar en sus puestos personas sin ninguna experiencia en teatros, ya que no existe una titulación específica para las labores técnicas de los espacios escénicos. Con la gravedad de que la Secretaría de Estado de Función Pública, encargada de convocar los procesos selectivos, publicó las bases con un informe del INAEM que les advertía del problema que se iban a encontrar si no se modificaban. 
  Un auténtico disparate. Las movilizaciones continúan, siguen convocándose paros y se están suspendiendo estrenos y funciones en todos los espacios dependientes del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música. Y, de momento, la Administración se niega a modificar nada y la convocatoria de empleo público continúa adelante. Veremos cómo acaba todo. Por ahora, apoyemos a los técnicos y técnicas en su lucha, que es la de todxs.


  Y aunque no lo parezca, no me olvido de que había abierto esta página de mi diario para hablar de la última obra de Alfredo Sanzol, que pude ver finalmente unos días después del primer intento. Primera pieza que escribe y dirige como director del centro Dramático Nacional, con un diseño de producción en el que todos los recursos de que dispone se justifican en una puesta en escena brillante. Una historia que retrata a lo largo de tres horas lo que este país ha sido y lo que sigue siendo, puesto que somos la herencia de aquella sociedad que retrata, la que se construyó con el silencio como banda sonora. 
  El desarrollo de la función se interrumpe con un intermedio que, a mi modo de ver, distingue dos partes diferenciadas en la narración dramática. Personalmente, con toda la primera parte, no podía dejar de sentir admiración por una dramaturgia precisa, elegante y divertida. La historia del protagonista, sacerdote que quiere colgar los hábitos para comenzar a elegir su propia vida, avanza con un humor fino, inteligente, trufado de hondas reflexiones de cariz existencialista, también de tono poético y de carácter político. El texto es de una riqueza que impresiona, arrastra al espectador que disfruta entre risas y suspiros.
  Sin embargo, en la segunda parte creo que la obra deriva, sobre todo en toda la parte que transcurre en Roma, en un humor de trazo grueso que al final cansa por exagerado y que termina provocando la sensación de estar viendo otra obra distinta. Al final del espectáculo no pude dejar de sentir una pequeña decepción al desinflarse el entusiasmo que había sentido durante más de la mitad de su duración. Se pierde un poco la poesía y la reflexión anteriores en el bosque de carcajada gruesa en que se convierte el tramo final del montaje. 
  Aún así, estoy deseando poder leer el texto, publicado en libro, para disfrutar con calma algunos pasajes que son absolutamente maravillosos, como es, por ejemplo, el momento en que se habla de la libertad y se la relaciona directamente con el concepto de responsabilidad. Literatura dramática de muy alto nivel.


  Destacar también al elenco, todo él en estado de gracia y que nos brinda unas interpretaciones de quitarse el sombrero. Si una obra tan superlativa como esta se sostiene, es gracias a la autenticidad que imprimen sus actuaciones.
  Ojalá el amor y el entusiasmo que muchos sentimos por el teatro y la cultura en general se contagiara entre nuestros gobernantes. Que aquel país de charanga y pandereta que describía Antonio Machado en su poema "El mañana efímero", quedase atrás. Que la fuerza del silencio que denuncia Sanzol no siguiera reprimiéndonos. Ojalá.
  


  




jueves, 21 de octubre de 2021

Conservando memoria

 


  Cuando yo era niño, todos los años mis padres, junto a unos tíos míos, se desplazaban a la Ribera Navarra para comprar pimientos del piquillo. En aquella época la producción todavía no se había deslocalizado a China o Perú, y así, un sábado o un domingo, iban desde Pamplona hasta Lodosa o Mendavia para volver con los coches cargados de esta rica hortaliza. En los días siguientes se asaban los pimientos en casa, nuestro piso se impregnaba de ese aroma maravilloso que fluye al hacerlo. Después de asados se pelaban a mano, se retiraban las semillas y el pedúnculo y se embotaban para conservarlos durante la temporada. 
  Todo esto que acabo de describir pertenece al recuerdo. Poco a poco, el encuentro en torno a la mesa de una cocina, lo manual, lo ritual, se ha ido perdiendo. Lo frenético de nuestro actual modelo social ha ido invadiendo nuestras vidas, parece que solo lo inmediato tiene sentido; detenerse en las cosas, en los momentos, parece algo del pasado. Me gustaría pensar que el encuentro en torno al escenario de un teatro perpetúa la necesidad real que tenemos de compartir; la verdadera, no la impuesta por las redes sociales, redes en las que es fácil quedarse atrapado, auténticas redes de arrastre.



  Partiendo de la idea de embotar los recuerdos del pasado nace "Conservando memoria". Meter los recuerdos, literalmente tal y como ellos mismos dicen, en botes de cristal para su conservación: de conservare, para que permanezcan con nosotros. Un juego escénico de El Patio Teatro que se despliega como auténtico poema visual, pero que no se queda solo en la delicadeza estética con la que se ejecuta. Izaskun Fernández y Julián Sáenz-López crean esta pieza como un ritual de despedida. Trenzando los recuerdos de los cuatro abuelos de Izaskun, erigieron el espectáculo como un homenaje antes de que estos ya no estuvieran. A través del lenguaje de los objetos, de lo pequeño, de lo manual, se transita de lo personal a lo colectivo, un homenaje a una generación con el que cualquiera puede sentirse identificado y emocionarse.
  Siempre pienso en esa línea invisible que nos une con el pasado y este espectáculo consigue dar puntada con hilo sobre ella. Y lo hace con un hilo realmente valioso, ya que su significado no se limita al interés propio, no esconde nada, y la desnudez de su intimidad acaba hilvanando los recuerdos de todo el público asistente.



  



  

  

  

miércoles, 6 de octubre de 2021

El inicio de un verano

   Estamos ya en pleno tiempo otoñal pero, aún así, quiero hoy recordar el inicio del verano que se evaporó hace unas pocas semanas. 

  Tras un 2020 que nunca olvidaremos, es cierto que el presente año no ha terminado de mejorar las graves situaciones provocadas por aquel. Sin embargo, a pesar de las circunstancias, la llegada del verano nos animó a dejarnos empujar por la vida, a buscar de nuevo el disfrute de lo que se nos había privado durante tanto tiempo. En mi caso, viajar por las carreteras españolas y hacerlo para presenciar dos de los festivales de teatro más importantes de este país. Primero el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y, una semana después, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. 

 

  Viajar a Extremadura siempre es motivo de gozo; sus paisajes, sus gentes, su rica gastronomía... Muchas veces, hablando con amigos que también tienen una especial querencia por esta región, coincidimos en que es una gran desconocida y que mucha gente tiene una idea muy equivocada de cómo es en realidad. Yo siempre animo a conocer esta comunidad autónoma, con muchos lugares de interés para conocer y de una gran diversidad.
  Mérida, su capital, fue declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993. Es una ciudad viva, con un patrimonio artístico y cultural impresionante y que invita a callejear y descubrir rincones que no aparecen en las guías turísticas. La bella ribera del Guadiana, ejemplarmente acondicionada, otorga la posibilidad de disfrutar del paseo; los restos arqueológicos, tan bien conservados, permiten un viaje en el tiempo que ensancha nuestra mente. 
  Como curiosidad, os muestro unas fotos que hice del Pórtico del antiguo Foro Municipal de Augusta Emerita, construido a mediados del siglo I a imagen y semejanza del Foro de Augusto en Roma. Y, lo curioso, es que la imagen que representa al Festival de Teatro Clásico no procede del Teatro Romano, como podría pensarse, sino de este edificio. 


  En concreto, la imagen del medallón representa a Júpiter-Amón y es la que podemos ver reproducida en el diseño gráfico del festival.
  El fin de semana que estuvimos en Mérida se programó el espectáculo "Los dioses y el dios", trabajo muy libre de Rafael Álvarez El Brujo a partir de la obra "Anfitrión", de Plauto. El Brujo es ya un género teatral en sí mismo; le he visto actuar en varias ocasiones, pero la primera de ellas fue sobre el escenario de la Escuela Navarra de Teatro, en Pamplona. Eran mis tiempos de iniciación en el teatro, estudiaba en la Escuela y cada fin de semana disfrutaba con los espectáculos programados en su sala. Fue allí donde descubrí sobre las tablas a este cómico, que sabe meterse al público en el bolsillo como nadie. 

 

  Veinticinco años después sigue en forma, eso está claro. Pero también es cierto que la sorpresa va desapareciendo conforme más veces le ves, y quedan muy a la vista los remiendos que componen el traje. Por un lado su vis cómica, indiscutible, y por otro, la profundidad humanística con la que alterna su propuesta. Y siempre, marca de la casa, aprovechando al vuelo cualquier noticia de actualidad para insertarla en su recital. Todo esto se repite en cada una de sus obras e, incluso, él mismo hace chanza con ello jugando a no tener claro si está representando Anfitrión, el Quijote o el Lazarillo de Tormes.
 Desde luego, hay momentos en los que la risa se destapa de verdad y, también, momentos de honda reflexión en los que dice verdades que nunca hay que dejar de recordar. Pero al mismo tiempo aparece, en ocasiones, un tipo de humor que en este país ya debería estar superado y que no entiendo cómo puede gustar todavía (claramente machista). Y lo repetitivo y alargado de algunas improvisaciones (la mofa a la Oficina del Español, del chaquetero Toni Cantó) cansan y añaden minutos al espectáculo innecesariamente. Una fiesta del teatro en cualquier caso, y más si se celebra en un marco tan impresionante como el Teatro Romano de Mérida. El mismo día que estuvimos viendo a El Brujo, lo visitamos al mediodía y su magia te transporta realmente en el tiempo.

 

  El fin de semana siguiente nos trasladamos a Almagro, bella población castellana que nos sumerge en nuestro fecundo Siglo de Oro. Y del mismo modo que viajamos del teatro greco-latino al de nuestros autores renacentistas y barrocos, yo me reencontré de nuevo con mis comienzos escénicos en un viaje de ida y vuelta. El caso es que, este año, la comunidad autónoma invitada por el Festival ha sido Navarra y, de este modo, varias producciones procedentes de mi tierra natal viajaron hasta este enclave histórico. 


  Coincidir con compañeras que presentaron sus trabajos en Almagro me hizo especial ilusión, y más este año, con todas las dificultades que se han pasado y lo que suponía volver a salir de gira. Mis amigas de Pasadas las 4 y de T'Diferencia Teatro mostraron sus espectáculos "El burlador sin sardina" y "Laberinto de Juana Inés", algo de lo que enorgullecerse y que da muestra de la gran cantera teatral que supone la Escuela Navarra de Teatro en aquella comunidad. 
  Completamos la visita a Almagro recorriendo su Museo Nacional del Teatro, un recomendable paseo por la historia de las artes escénicas al que, seguro, regresaremos en un futuro.

  Y ahora, tras compartir estos recuerdos desde el revuelto otoño, tan solo nos queda esperar que vuelvan muchos, muchos más veranos.