El corazón hambriento como el mar. Festival SURGE. Teatro El Umbral de Primavera. Octubre 2020

viernes, 5 de marzo de 2021

Río Grande


  Esta fue mi microaportación para el certamen Por aquí pasa un río, organizado por el Ayuntamiento de Córdoba. El resultado fue una bonita publicación de microrrelatos y fotografías en torno al río Guadalquivir.



RÍO GRANDE

  Éramos tan solo una panda de renacuajos cuando, en aquellas tardes de verano libres de obligaciones escolares, trepábamos al campanario de la iglesia. Desde la espadaña vislumbrábamos toda la comarca, sus campos, el río, aquella maravillosa templanza. ¡Bajad de ahí ahora mismo!, gritaba algún parroquiano al descubrirnos y, entre el susto y la risa, se iniciaba la estampida del séptimo de chiquillería. Corriendo hacia el río huíamos, a zancadas, riendo y blasfemando. ¡Cuidado, rapaza!, avisábamos, cuando alguna niña se cruzaba y le tirábamos del pelo, o a otra a la que siempre gritábamos ¡al Juan le gustas! sin que ninguno de nosotros conociera a Juan alguno. Aún sofocados por la carrera, pero ya lejos del supuesto peligro, nos tumbábamos en la tierra con los ojos cerrados y, escuchando los sonidos del Guadalquivir, enumerábamos nuestras próximas aventuras, trastadas o cualquier otra bravuconada que se nos ocurriera. Nos llamábamos a nosotros mismos La Banda Sin Perdón.
  Lo que fuimos descubriendo con la edad, es que lo único que no perdona es el paso del tiempo. Aquellos veranos llegaron a su fin, la inocencia alcanzó su particular otoño y las gestas infantiles dieron paso a otras menos inconscientes, a aquellas que la madurez resta espontaneidad. Pasaron unos cuantos años, eran finales de los setenta, y mis padres habían decidido dejar el pueblo para instalarse en Córdoba. Un día me la encontré volviendo de la universidad, en cuyo cinefórum se había proyectado Río Grande, de John Ford. Su familia también se había trasladado a la ciudad y, a pesar del tiempo transcurrido, nos reconocimos al instante, un reencuentro como el de John Wayne y Maureen O'Hara en el clásico western. Dimos un paseo por la ribera del río y allí mismo, junto al al-wadi- al-kabir, nuestro río grande particular, nos besamos. Un beso que dura ya más de treinta años y que ningún apache ha podido interrumpir. Porque como muchas veces me recuerda riéndose, ¡que a mí no me gustaba Juan, que me gustabas tú!









 

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