Federico García Lorca fue un genio y, como suele suceder en este país, nunca será lo suficientemente reconocido. Al menos fuera del ámbito de la cultura, del teatro en particular. Con la desaparición de las Humanidades en nuestra enseñanza, con la negación de todo lo que no sea espectáculo vacuo, la grandeza artística e intelectual, el poder creativo inmenso del granadino universal, parecen relegados al cajón de lo folclórico, algo antiguo y casi molesto. Incluso de compañeros teatreros he tenido que, en alguna ocasión, oír comentarios sobre qué pesados, otro Lorca más... En Inglaterra todos los escolares leen las obras de Shakespeare, sus obras se representan continuamente, son parte de la cultura cotidiana. Esta diferencia se vio claramente, el año pasado, en la conmemoración de los aniversarios del dramaturgo inglés y de nuestro Miguel de Cervantes. Falta de implicación de las administraciones, improvisación, rellenos de programación a última hora... dejaron en evidencia el poco valor que otorgamos a nuestro patrimonio cultural.
Por fortuna, de tanto en tanto, nuestros teatros públicos brindan la oportunidad de regresar a la obra lorquiana. El Centro Dramático Nacional produce este "Bodas de sangre" que podemos ver en el Teatro María Guerrero, con dirección de Pablo Messiez. El argentino, plenamente integrado en nuestra escena desde hace ya mucho, acepta el encargo de llevar al escenario la obra, que respeta y brinda casi de modo canónico. Un interesante inicio, el preámbulo de la Muerte, da una pista falsa sobre cómo puede desarrollarse el montaje. Tras este comienzo de aparente gelidez, pero que puede quemar como toda verdad, donde la Muerte se pasea con su desnudez (con su verdad) por un espacio blanco y espectral, la obra continúa por otros derroteros más previsibles. Aún así, Messiez se otorga un par de licencias introduciendo versos de "Poeta en Nueva York" en diferentes escenas, decisión que queda totalmente justificada y tiene sentido pleno en el desarrollo de la acción. Especialmente en ese "Pequeño vals vienés", musicado por Leonard Cohen, y que en la interpretación de Guadalupe Álvarez adquiere tintes de fragilidad peligrosa.
En cualquier caso, lo más destacable de la propuesta, a mi juicio, es la labor de conjunto de todo el elenco. Es conocido el gran trabajo que hace Pablo Messiez con los actores, sustentando su teatro en la pura interpretación. Esa es su firma, sin necesidad de impostar nada que subraye su estilo de dirección. De este modo la acción va avanzando con nervio e intensidad, con la pasión que el texto requiere. Pero justo en los cuadros finales, todo se desencadena de una manera algo precipitada, y es una pena que la tensión generada quede de este modo un poco diluida.
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