Las relaciones paterno filiales no siempre son un camino fácil de recorrer. En muchas ocasiones se decide tomar atajos para poder llegar a buen puerto, sin que esto signifique algo necesariamente negativo: el sentido de supervivencia contra la aniquilación del propio árbol genealógico. Los vericuetos por los que transitan Félix, un joven juez, y el padre de éste, autoritario y controlador, provocarán la transformación de los personajes ante la mirada emocionada del espectador.
Descubrí a la compañía Titzina Teatro hace unos años, con su anterior montaje, sobre el escenario barcelonés de La Villarroel. En aquella ocasión la obra, de ajustado y acertado título Exitus, giraba en torno a la muerte. También ahora la muerte está presente, aunque no como tema central del argumento. Es la ausencia de la madre la que planea durante casi toda la acción, descubriéndose finalmente algo que podía intuirse casi desde el principio: la madre de Félix decidió quitarse la vida voluntariamente. El suicidio es un tema tabú del que nunca se habla. De igual modo lo es para Félix y su padre, obligados a convivir juntos durante unos días por una cuestión de necesidad: el hijo se aloja en la casa paternal porque debe dejar su piso para que lo fumiguen por una invasión de termitas.
La imagen de las termitas devorando el interior de las vigas de madera funciona perfectamente como símil de la vida del joven magistrado. Vive solo, arrastrando sus sucesivos fracasos de pareja e intentando que la ingente cantidad de trabajo que soporta, le sirva como refugio ante una existencia infeliz e incompleta. Y todo esto, que va creciendo en intensidad hasta llegar a un final auténticamente catártico, se entrelaza con el trabajo del protagonista en los juzgados, donde interroga a una serie de acusados de diferentes procesos, o la aparición del controlador de plagas, personajes y escenas todas estas donde el humor ejerce como válvula de escape. Porque en el espectáculo hay humor, sí, inteligente y bien distribuido a lo largo de la hora y media de función. Y a partir de esto toca hablar de quienes nos ofrecen está maravilla escénica.
Diego Lorca y Pako Merino llevan ya más de quince años de andadura con la compañía, en la que se encargan de escribir la dramaturgia de sus espectáculos así como de dirigirlos e interpretarlos. Han ido forjando una marca de la casa reconocible y admirable, con rigor, talento y mucho trabajo de investigación a sus espaldas. Dejan una impronta en el público que consigue seguidores fieles que, como yo, queramos verlos siempre que haya oportunidad. Con este montaje, estrenado en 2013, ya estuvieron en el teatro de La Abadía en 2014, y ahora han vuelto a Madrid al escenario del Teatro del Barrio.
Creo que se nota por lo que escribo que el pasado domingo salí del teatro emocionado y la verdad es que sí; es una experiencia única ir al teatro y sentir que asistes a algo increíble. La puesta en escena se apoya en grandes interpretaciones, y también me gustaría destacar el trabajo de escenografía y de iluminación, está última sutil y elegante (si es que puede denominarse así un diseño de luces...)
La travesía de estos personajes transcurre en paralelo al lanzamiento del robot espacial Curiosity, cuyo objetivo es investigar el planeta Marte. Un trazado poético que acompaña el anhelo de Félix por expresarse y conocer la verdad, como si fuera un Hamlet contemporáneo atravesando las estrellas.
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