Esta fea imagen, que parece la campaña publicitaria de alguna de las compañías estafadoras de telefonía, es la del cartel del último estreno de nuestra Compañía Nacional de Teatro Clásico. No acierto a adivinar qué relación puede tener esta fotografía con la obra Todo es enredos amor, de Diego de Figueroa y Córdoba, versionada para esta ocasión por Julio Salvatierra. Tal vez tenga que ver con la "cierta irresponsabilidad" con la que, en el programa de mano, admite trabajar su director, Álvaro Lavín. No es esta la única muestra de gratuidad que podemos encontrar en su puesta en escena. Desde luego, hay tantas maneras para abordar un texto como directores se pongan a ello y mucho me cuidaré de decir cómo llevar una obra al escenario, ya sea clásica o contemporánea. Aún así, y aunque digan que sobre gustos no hay nada escrito (cosa falsa, por supuesto, que escrito hay y mucho), me pregunto por qué los actores pasan sobre las palabras tan precipitadamente, por qué todo me suena tan falso, por qué esa entonación que no termina ninguna frase con un punto, por qué el abuso de los apartes no funciona, por qué esa rigidez en el movimiento de los intérpretes, por qué el movimiento escénico es tan pobre (si hicieran la función todos sentados en una mesa poco cambiaría...), por qué tras una sugerente primera imagen (los carpinteros cubriendo con tiza la puerta medio en penumbra) todo se acartona y parece que asistamos a una muestra de fin de curso... Pero bueno, es sólo una opinión...
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