miércoles, 27 de octubre de 2021

El bar que se tragó a todos los españoles / El Ministerio que se tragó a todos los técnicos

 


  El pasado veintitrés de septiembre teníamos previsto ver en el madrileño Valle Inclán uno de los éxitos de la pasada temporada, prorrogado al comienzo de esta en la que nos encontramos. Éramos conscientes desde tiempo atrás que la rentrée de este año estaría marcada por las movilizaciones de los técnicos del INAEM. De este modo acudimos al teatro sabiendo que, seguramente, la huelga anunciada por los mismos no se desconvocaría y que, como finalmente sucedió, la función se cancelaría.
  Todo lo que rodea este conflicto nos da la medida del país en el que vivimos y lo desconocido que resulta para todo el mundo, incluida la propia Administración, el trabajo de quienes se levantan cada día para sustentar nuestra cultura. Las bases que rigen la convocatoria de oposiciones para los técnicos de nuestros teatros públicos son un auténtico despropósito, expulsan a muchos profesionales que durante años y años han ido encadenando contratos temporales y demuestran no conocer en absoluto el sector que están condenando.


  En el colegio siempre se tildan de "marías" las asignaturas a las que no se da importancia para el currículo escolar, aquellas por las que nadie se preocupa. Algo así sucede en este país con el Ministerio de Cultura (actualmente Ministerio de Cultura y Deporte), una "maría" a la que no se da importancia alguna y cuyos titulares han demostrado a lo largo de los tiempos completo desconocimiento de su cartera. Las declaraciones del actual Ministro, Miquel Iceta, a quien la patata caliente le ha caído sin que tenga ni idea de dónde le han metido, son sonrojantes. La demanda interpuesta contra los técnicos, alegando ilegalidad en los paros, supone directamente violencia contra los trabajadores. Afortunadamente, esto último parece haberse solucionado con el acto de conciliación firmado por las partes en la Audiencia Nacional. 
  Todos los técnicos afectados poseen formación específica para sus puestos de trabajo, muchos de ellos a través de los cursos impartidos por el Centro de Tecnología del Espectáculo, dependiente del propio INAEM, pero que son enseñanzas no regladas. Y ahora resulta que esa formación no les permite presentarse a las oposiciones porque se les exige estar en posesión de un título de Grado Superior FP. Tampoco les cuenta para nada la experiencia acumulada. Eso sí, en un futuro podrían trabajar en sus puestos personas sin ninguna experiencia en teatros, ya que no existe una titulación específica para las labores técnicas de los espacios escénicos. Con la gravedad de que la Secretaría de Estado de Función Pública, encargada de convocar los procesos selectivos, publicó las bases con un informe del INAEM que les advertía del problema que se iban a encontrar si no se modificaban. 
  Un auténtico disparate. Las movilizaciones continúan, siguen convocándose paros y se están suspendiendo estrenos y funciones en todos los espacios dependientes del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música. Y, de momento, la Administración se niega a modificar nada y la convocatoria de empleo público continúa adelante. Veremos cómo acaba todo. Por ahora, apoyemos a los técnicos y técnicas en su lucha, que es la de todxs.


  Y aunque no lo parezca, no me olvido de que había abierto esta página de mi diario para hablar de la última obra de Alfredo Sanzol, que pude ver finalmente unos días después del primer intento. Primera pieza que escribe y dirige como director del centro Dramático Nacional, con un diseño de producción en el que todos los recursos de que dispone se justifican en una puesta en escena brillante. Una historia que retrata a lo largo de tres horas lo que este país ha sido y lo que sigue siendo, puesto que somos la herencia de aquella sociedad que retrata, la que se construyó con el silencio como banda sonora. 
  El desarrollo de la función se interrumpe con un intermedio que, a mi modo de ver, distingue dos partes diferenciadas en la narración dramática. Personalmente, con toda la primera parte, no podía dejar de sentir admiración por una dramaturgia precisa, elegante y divertida. La historia del protagonista, sacerdote que quiere colgar los hábitos para comenzar a elegir su propia vida, avanza con un humor fino, inteligente, trufado de hondas reflexiones de cariz existencialista, también de tono poético y de carácter político. El texto es de una riqueza que impresiona, arrastra al espectador que disfruta entre risas y suspiros.
  Sin embargo, en la segunda parte creo que la obra deriva, sobre todo en toda la parte que transcurre en Roma, en un humor de trazo grueso que al final cansa por exagerado y que termina provocando la sensación de estar viendo otra obra distinta. Al final del espectáculo no pude dejar de sentir una pequeña decepción al desinflarse el entusiasmo que había sentido durante más de la mitad de su duración. Se pierde un poco la poesía y la reflexión anteriores en el bosque de carcajada gruesa en que se convierte el tramo final del montaje. 
  Aún así, estoy deseando poder leer el texto, publicado en libro, para disfrutar con calma algunos pasajes que son absolutamente maravillosos, como es, por ejemplo, el momento en que se habla de la libertad y se la relaciona directamente con el concepto de responsabilidad. Literatura dramática de muy alto nivel.


  Destacar también al elenco, todo él en estado de gracia y que nos brinda unas interpretaciones de quitarse el sombrero. Si una obra tan superlativa como esta se sostiene, es gracias a la autenticidad que imprimen sus actuaciones.
  Ojalá el amor y el entusiasmo que muchos sentimos por el teatro y la cultura en general se contagiara entre nuestros gobernantes. Que aquel país de charanga y pandereta que describía Antonio Machado en su poema "El mañana efímero", quedase atrás. Que la fuerza del silencio que denuncia Sanzol no siguiera reprimiéndonos. Ojalá.
  


  




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