La semana pasada vivimos una nueva edición de Titirimundi, en la ciudad de Segovia. Una cita imprescindible incluso en las actuales condiciones en las que el festival debe realizarse. Si ya los protocolos a aplicar, motivados por la pandemia, restan un poco al espíritu del encuentro (hay menos ambiente callejero), la organización ha debido enfrentarse este año a un recorte del presupuesto asignado por la Junta de Castilla y León de 85.000 euros. Aún así, lo han conseguido sacar adelante con gran esfuerzo comprimiendo el festival a cuatro días, con una programación de gran calidad y obteniendo una respuesta del público estupenda. Titirimundi es un pulmón para esta hermosa ciudad castellana, y todos agradecemos que nos hayan hecho respirar arte, creatividad y diversión.
Pudimos disfrutar de espectáculos que se habían desdoblado visitando también Madrid, en el Teatro de Títeres de El Retiro, como los del húngaro Bence Sarkadi o los de Teatro Matita, de Eslovenia. Tampoco faltaron clásicos del festival como "El circo de las pulgas" y para todos sus seguidores, que somos muchos, La Chana estrenó aquí su nuevo espectáculo, "Balada para una revolución".
El título que encabeza esta entrada es el del espectáculo de la compañía Zero en conducta, que llevaron a cabo sobre el escenario del bello Jardín del Seminario. Una propuesta en la que se aúna el lenguaje de los títeres y teatro de objetos con el de la danza, seña característica de este grupo, y que con un aire melancólico deja fluir muchas sonrisas entre los asistentes.
Un montaje en el que cada detalle está cuidado con mucho esmero tanto en el baile, actuación y manipulación, como en el diseño de producción. Una anciana Brigitte recuerda su pasado como bailarina, una serie de imágenes vuelven a ella y se encarnan a la vista del público. Una bella reflexión sobre el paso del tiempo, la importancia de nuestras vivencias y anhelos y el reconocimiento de que, a pesar de que nuestro paso por la vida tiene un final siempre tiene sentido. Personalmente me encantó la doble manipulación de la Brigitte niña, donde las técnicas del títere y de danza contact se fundían. Para despedida, Brigitte se anima y marca el aplauso de los asistentes a ritmo de scratch sobre el viejo gramófono, dejándonos la sensación de haber presenciado una emocionante historia.
Para terminar, solo queda añadir ¡larga vida a Titirimundi! Ojalá sigamos teniendo festival por muchos años y sigamos emocionándonos con todas las propuestas que su equipo nos brinda.
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