El corazón hambriento como el mar. Festival SURGE. Teatro El Umbral de Primavera. Octubre 2020

viernes, 7 de mayo de 2021

Los niños del Winnipeg

 

Edurne Rankin en "Los niños del Winnepeg"

  Ayer tuvimos la suerte de que el Winnipeg fondeara en la Casa de América en Madrid. La compañía hispano-chilena La llave maestra nos ofreció un emotivo ejercicio contra la amnesia histórica. Más necesario, si cabe, en estos tiempos turbulentos que estamos viviendo. En 1939 el gobierno chileno, por medio de Pablo Neruda en condición de cónsul delegado para la inmigración española en París, fletó un barco carguero que trasladó hasta su país a cerca de 2200 exiliados españoles desde los campos de concentración del sur de Francia. Aquel viaje hacia una nueva vida comenzó un cuatro de agosto, arribando a Valparaíso un mes después, el tres de septiembre.
  El espectáculo nació en Chile para conmemorar este episodio histórico y, ahora, recorre el viaje a la inversa para que podamos disfrutarlo en nuestros escenarios. Edurne Rankin va desgranando la narración con sensibilidad y maestría contadora, poniendo voz a los niños y niñas que protagonizan esta historia. Y es que su visión sobre la experiencia de sufrir la guerra civil, el exilio atravesando los Pirineos y el viaje posterior cruzando el Atlántico, es sobre la que se sostiene la dramaturgia. 

Niños pasajeros del Winnipeg, 1939

  Una puesta en escena sencilla sustentada en la narración oral, que emociona y envuelve al espectador, apoyándose en elementos que van surgiendo del vestido mágico que porta la actriz. 
  Cuando aquellas pequeñas víctimas de la guerra llegaron a un país que no era el suyo, se les recibió con los brazos abiertos, tuvieron la oportunidad de crear un proyecto de vida y volver a echar raíces. La solidaridad entre pueblos es todavía necesaria y está llena de sentido. La solidaridad humana al fin y al cabo. Y posiciones como la que mostró la ultraderecha en la pasada campaña electoral madrileña, criminalizando a menores inmigrantes con su política del odio, deberían ser desterradas para siempre.

Pablo Neruda y el Winnipeg





  








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