miércoles, 11 de enero de 2017

El techo de cristal. Anne y Sylvia

  A finales de los años ochenta el autor británico Martin Millar publicó la novela "Lux el poeta". Narraba las peripecias de un joven poeta punk, en su esfuerzo porque alguien se detuviera a escuchar sus poemas, cosa que nunca conseguía. En aquellos postrimeros años de mi adolescencia, aquel librito me divirtió con su humor irreverente, todo su imaginario "underground" y el encanto de su protagonista, Lux. Aquel joven poeta de cresta anaranjada se declaraba, entre otras cosas, fan de Sylvia Plath.
  

  Este fue el primer encuentro que tuve con la escritora norteamericana, la primera vez que supe de ella. Mi curiosidad se despertó y quise saber más de su persona, además de conocer su obra. Conseguí entonces la magnífica biografía sobre la escritora editada por Circe, y durante mucho tiempo se convirtió para mí en libro de cabecera, un encuentro que supuso en aquel momento un antes y un después en mi relación con la poesía, con el arte y con la vida propia.
  Recuerdo un día, aún viviendo en casa de mis padres, en el que hubo un pequeño temblor de tierra. Yo me encontraba precisamente apoyado en una ventana, y noté perfectamente cómo se movía el edificio. Naturalmente, en mi familia irrumpieron los nervios y el miedo, aunque sólo hubieran sido unos pocos segundos de sacudida. Pero mi terremoto interior en aquella época no lo medía la escala de Richter, y entre la confusión del momento yo sólo quería escapar de aquel lugar. Tomé la biografía de Plath que estaba leyendo entonces y salí de casa, cruzándome con vecinos que habían salido a la calle y hacían corrillo unidos por el temor. Me alejé paseando del barrio hasta que encontré un lugar donde sentarme y calmar mi temblor interno a través de las páginas del libro.
  Han pasado más de veinticinco años de aquello, y la obra y figura de Sylvia Plath han continuado durante este tiempo replegándose y descubriéndose ante mí en diferentes formas y ocasiones. La última de ellas, como inesperado regalo para la noche de Reyes, sucedió el pasado viernes 6 de enero.

  En la madrileña sala Nave 73 (que sigue acertando con su cuidada programación) asistí a la función de "El techo de cristal. Anne y Sylvia" de la compañía La Pitbull Teatro, en la que se recrea el encuentro entre Sylvia Plath y Anne Sexton, otra gran poeta norteamericana, a raíz de la participación de ambas en un taller de escritura impartido por el también poeta Robert Lowell. Así, la obra nos traslada al Boston de 1959, donde estas escritoras se conocieron y se reconocieron la una en la otra, y una muy interesante dramaturgia, obra de Laura Rubio Galletero, nos hace imaginar las conversaciones entre ambas en el bar del hotel Ritz. Apurando un dry Martini tras otro, las protagonistas nos envuelven con sus reflexiones acerca de la vida y el hecho creativo, todo ello planteado desde un necesario punto de vista feminista. Y es que el techo de cristal al que hace referencia el título del montaje continúa existiendo, por desgracia, y aquellas escritoras se debatían entre potenciar su talento y carrera profesional (la búsqueda del poema perfecto) o cumplir obedientemente el papel de madres y amas de casa que la sociedad les reclamaba. 
 Pero lo mejor de la propuesta (puesta en escena a cargo de Cecilia Geijo) es que este diálogo no se queda en el plano meramente intelectual, sino que presenciamos un verdadero hecho teatral donde las ideas se ponen a disposición de la acción dramática. La escenografía y los sucesivos cambios de espacio aportan dinamismo, el acertado diseño de iluminación consigue el clima adecuado y todo ello queda envuelto por ritmos de jazz: comenzar y terminar el espectáculo con la maravillosa Nina Simone no parece que haya sido una decisión arbitraria. Un logro destacado es también que la obra funciona al margen de que el espectador conozca o no la biografía de Sylvia Plath y Anne Sexton, interpretadas respectivamente por Montse Gabriel y Luzía Eviza, ambas convincentes y emocionantes. 


  La paradoja del espectáculo (teatro y paradoja son compañeros de viaje) es que la vida y obra de estas dos grandes mujeres, a pesar de estar marcadas por el dolor (muerte prematura del padre, trastornos psicológicos, suicidio, negación y ocultación de su talento desde el machismo circundante...), se convierten sobre el escenario en un canto a la vida, a la amistad y a lo intensamente fecunda que puede ser el alma humana.
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