Hace pocos días fue noticia la entrega de los premios Oscar, que tanto eco produce, ya sea por motivos estrictamente cinematográficos como por otros más ajenos al séptimo arte, como el robo del Calvin Klein forrado de perlas... Resaltaron las crónicas al día siguiente de la gala, además de citar los principales premiados, el carácter reivindicativo que varios de los galardonados esgrimieron al recoger la preciada estatuilla. Y aunque en este blog me ciño, sobre todo, a las artes escénicas y no me refiero habitualmente a temas cinéfilos (aunque un servidor sienta amor verdadero por este lenguaje, que hace realidad los sueños en la gran pantalla), esta consideración sobre el discurso público que un intérprete, actor o actriz, comediantes todos, pueda desarrollar ante los medios, sí me parece merecedora de análisis.
Poco antes de los Oscar, se entregaron los premios de nuestro cine patrio, los Goya. En tertulias que abordaban el tema durante esos días, más de un periodista criticaba la tendencia de algunos actores a utilizar el escaparate que pueda suponer una entrega de premios, para lanzar discursos de denuncia, criticar lo que consideren oportuno o apuntar con el dedo a los que crean responsables de problemáticas específicas de su sector o de otros sectores que afectan a la sociedad española. Se habló también de una especie de autocensura en la gala de este año, para aplauso de los tertulianos que citaba anteriormente, además de la explícita que conlleva el contrato que la Academia obliga a firmar a los actores encargados de entregar los premios: Carlos Areces se negó a firmarlo y se quedó fuera de la gala.
Pero ahora resulta que los actores que recogían los premios de la academia estadounidense critican una serie de realidades y, los mismos medios que desaprueban esa actitud en los actores españoles, dan el visto bueno a las estrellas de Hollywood. ¿Me pueden decir qué diferencia existe entre reclamar atención y medios para los enfermos de ELA o Alzheimer o para los afectados en España por la hepatitis C, siendo todos necesarios? ¿Tiene más autoridad la voz de Julianne Moore que la de una actriz española? ¿Es lícito que Patricia Arquette denuncie la discriminación entre hombres y mujeres en el sector -que la hay- y que aquí no pueda criticarse la vergonzosa política cultural de nuestro gobierno? Desde luego, a los que retiraban el libre derecho de los actores a expresarse por comparación con los colegas estadounidenses, el argumento ya no les vale. De hecho, siempre ha habido intérpretes en Estados Unidos muy comprometidos con diversas causas, siendo esto algo totalmente natural.
El "no a la guerra" que tristemente tuvimos que gritar ante la implicación de nuestro país en la guerra de Irak, fue también coreado por artistas norteamericanos como Susan Sarandon, entre otros muchos. La cuestión es que, si consideramos la profesión como un modo de arte, resulta totalmente contranatural pedir a estos artistas que se queden callados. Un actor, un artista, desarrollará si realmente está implicado con su arte, una sensibilidad propia, un criterio propio, un modo de ver el mundo propio. Y eso es, precisamente, lo contrario de permanecer pasivo, de dejarse llevar por las conveniencias y de no expulsar lo que uno lleva dentro. Podremos decir que hay muchas maneras de decir las cosas, cierto; podremos asegurar que no es necesario insultar para critcar, por supuesto; podremos, incluso, pedir que en las galas se realice la crítica de modo conciso para no alargar la fiesta hasta las cuatro interminables horas que aburren a cualquiera... Pero lo que es seguro es que un intérprete ha de ser, sí o sí, crítico. ¿Cómo construir, si no, un personaje? ¿Cómo dotarlo de credibilidad entonces?
En el fondo, eso es lo que molesta. Que halla ciudadanos críticos. Ya sean actores o fontaneros, cantantes o ingenieros, escritores o cocineros. Y que los actores, los comediantes, hallamos sido un elemento incómodo, no es casual. En toda la historia de la literatura dramática encontramos la réplica crítica al discurso ofcial, la denuncia del poder desmedido, la sátira del mediocre en su poltrona. Intentar alargar más la tradición del cómico de la legua, alejarnos del ágora, querer amordazarnos es inútil. Hay múltiples formas de hacerlo, lo sabemos, desde el drama o la comedia, el musical, la performance, con títeres o con textos clásicos... pero siempre los actores han hablado de su tiempo y creo que es su obligación que una alfombra roja no sea, sólo, un desfile de alta costura.
http://www.fotogramas.es/Noticias-cine/Carlos-Areces-Me-senti-como-el-nino-de-una-novela-de-Dickens#
Y aquí os recomiendo una columna de David Trueba relacionada con este tema:
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/12/26/television/1388085467_788263.html
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