Hoy 27 de marzo celebramos el Día Mundial del Teatro. Una celebración teñida por
todo lo vivido a causa de la pandemia que nos afecta. Si de algo ha servido lo
sucedido a lo largo del último año, ha sido para dejar al descubierto todas
nuestras vergüenzas como sociedad. El desmantelamiento de los servicios públicos
a lo largo del tiempo tiene consecuencias, y donde nos decían que teníamos la
mejor sanidad del mundo se comprueba ahora como los sanitarios están
enfrentándose a esta crisis en condiciones lamentables. ¿Hemos aprendido algo en
este tiempo? Me temo que no mucho, a tenor de la dirección que están tomando las
cosas. ¿Qué puede aportar el mundo del teatro a la necesaria reflexión sobre el
devenir de nuestra época? El mundo de la cultura en general, y el teatro en
particular, no pueden quedar al margen de la sociedad. Pero en muchas ocasiones,
demasiadas, tengo la sensación de que la cultura solo interesa a quienes hacemos
cultura. Con un sector atomizado (aunque sí que hubo el año pasado un movimiento
para aglutinar a asociaciones profesionales de diferentes artes en nuestras
reivindicaciones ante la Administración), un Ministro de Cultura desconocedor
absoluto de su ramo, e innumerables compañías y artistas afectados por
programaciones canceladas y abocados a la inactividad, parece complicado hacerse
oír.
Todavía el tejido de la industria cultural en este país se estaba
recuperando de la crisis del 2009, y para muchos y muchas, la pandemia está
suponiendo una fatal estocada. La lucha por la subsistencia personal a la que
cada uno parecemos condenados, no debería impedir tener una visión amplia del
escenario de la vida. El teatro es, precisamente, un arte de la colectividad.
Del colectivo de artistas que ponen en pie un espectáculo, y del colectivo que
forma el público cuya mirada es imprescindible para completar la obra. Esta
pandemia ha descubierto un mundo en el que la rapiña impera incluso entre
estados, en el que este voraz sistema capitalista convierte en puro negocio la
salud de las personas. Como si de una pieza dirigida por Peter Brook se tratara,
persigamos la esencia valiosa de las cosas, dejemos a un lado lo superfluo. En
la comunidad teatral deberíamos tener claro por qué nos subimos a las tablas, no
transigir con rémoras adquiridas en el pasado, hacer valer nuestra profesión.
Deberíamos rechazar el participar en este río revuelto y aunque el
show deba continuar, que no lo haga a cualquier precio. Pienso en todas
las compañeras y compañeros de oficio, en nuestra fragilidad y también en
nuestras fortalezas. La mayoría hemos vivido siempre en un inestable equilibrio,
pero ahora parece que ni siquiera tenemos un fino cable en el que apoyar
nuestros pies. Somos supervivientes natos, sabemos adaptarnos y readaptarnos las
veces que haga falta. Trabajamos con los mejores mimbres, los de la humanidad
que cada uno encierra. Y saldremos adelante gracias al mismo valor y
determinación que una vez nos empujaron a dedicarnos a esta profesión que tanto
amamos.
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