La pasada temporada dejé constancia en este diario personal de mi admiración por el montaje de "La tempestad", que tanto pude gozar en el Teatro La Puerta Estrecha. José Gonçalo Pais interpretaba entonces el personaje de Ariel, y su gran trabajo le valió el premio Godoff al mejor intérprete masculino a principios de este 2017 que ya casi acaba. En esta ocasión, se enfrenta solo en el escenario a un auténtico tour de force, en complicidad absoluta con el director del espectáculo, César Barló quién dirigiera brillantemente también la obra de Shakespeare a la que me he referido. Este tándem se adentra en "La noche justo antes de los bosques", de Bernard Marie Koltès, sin temer ninguna oscuridad amenazante. Sabiendo que, sólo al atravesar de manera sincera las tripas y el corazón de este texto, se podría hallar la luz que contiene.
No había tenido oportunidad desde que estudié a Koltès en la Escuela (y ya hace veinte años...) de ver representada ninguna de sus obras. Creo que he leído todas ellas y siempre me fascinó, pero no es frecuente que sus textos suban al escenario, al menos en este país. El dramaturgo francés, uno de los más importantes del pasado siglo XX, fue un auténtico torrente dramático; sus obras parecen una vomitona denunciante de todos los vicios y vergüenzas de nuestra sociedad biempensante. Y aunque pareciera que escribía siempre al límite, el lirismo y la calidad de su literatura dramática dotan a su obra de una humanidad inmensa. Porque sus textos son teatrales, son acción, y son llevados por unos personajes de una fisicidad aplastante.
Tuve la suerte de que el día en que vi la función hubo un posterior coloquio con el actor y el director, donde desentrañaron algunas de las claves de su creación. Se agradece el gesto y, más todavía, la entrega rigurosa y apasionada a su trabajo, el entender el hecho teatral como algo más que un entretenimiento huero. Toda la labor de investigación realizada ofrece como resultado un espectáculo valiente, intenso y de alto valor artístico. Alguno de los asistentes expresó que veía locura en el protagonista único de esta pieza; sin embargo para el dúo creador de esta propuesta, lo que define al personaje es, precisamente, una terrible lucidez. Y es que, en su parlamento desesperado, escupe, grita, suelta a bocajarro verdades como puños. De las que duelen, de las que incomodan. Sí, lo que yo vi fue un hombre desesperado por ser escuchado.
Para que el espectador quede atrapado con el corazón en un puño mojado por la lluvia, hace falta, claro, un actor que consiga hacerle olvidar abrir el paraguas del alma. Y José Gonçalo Pais tiene ese magnetismo, esa fuerza para encarnar al personaje con la humanidad inmensa que antes citaba. Es reseñable la acertada idea del director de que el actor nunca mire de frente hacia el público. Siempre lo vemos de escorzo, o de espaldas a nosotros. Como bien explicó César Barló en la charla aludida, soltar todo este texto mirando directamente a los espectadores, podría resultar violentamente insoportable. Y la solución encontrada funciona muy bien tanto a nivel de movimiento escénico como de dramaturgia. De este modo, y tras poderse encontrar con el público reflejado en una pared-espejo durante el transcurso de la obra, justo al final se produce un encuentro real que sintetiza todos los anhelos y miedos con los que hemos convivido a lo largo de setenta minutos. Podríamos estar en el extrarradio de París, pero también en Tetuán o en Vallecas.
Mientras no deje de llovernos fango a todas horas, textos como el de Koltès no perderán su vigencia y el teatro como el que nos regala la compañía AlmaVivaTeatro seguirá siendo necesario.
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