El Pernales fue un bandolero que existió realmente, nacido en la localidad sevillana de Estepa en el año 1879, de nombre real Francisco Ríos González. El apodo derivó de su primer sobrenombre, "Pedernales", atribuido por su dureza, de la que hizo gala durante toda su vida.
La historia del bandolerismo es casi tan antigua como la de la propia humanidad. Ya en la Grecia clásica y después durante el imperio romano, se documentaron acciones de bandas que asaltaban en los caminos; salteador proviene de saltus, bosque en latín, lugar propicio para estas acciones y la posterior huída. Asimismo los forajidos eran los fora exitus, los expulsados fuera, y el bandido es aquel que aparece pregonado en un bando de búsqueda o captura.
La existencia de bandoleros se extendió por toda Europa a través de la Edad Media, y continuó de igual manera en épocas siguientes. En España, durante los siglos XVIII y XIX, hubo una gran proliferación de estas prácticas delictivas sobre todo en Andalucía y Cataluña, debido en gran medida al caldo de cultivo que suponía una población deprimida y analfabeta y el caciquismo que concentraba el poder y riqueza en unas pocas manos privilegiadas. De este modo, gran parte de la población miraba con buenos ojos a estos bandoleros, hombres decididos y fuertes que se enfrentaban al poder y atacaban a quienes les condenaban a vivir en la extrema pobreza. Se veían como una especie de Robin Hoods, aunque en realidad conseguían el respaldo y la complicidad de la gente humilde, al parecer, sólo a cambio de favores o por unas pocas monedas. Cuentan que el Pernales gastaba lo robado, principalmente, en las tabernas.
Lo que sí es cierto es que existía una injusticia social que propiciaba estos hechos. El historiador Eric Hobsbawn definió el término bandolerismo social en su obra sobre formas populares de resistencia "Rebeldes primitivos" (1965) y lo amplió posteriormente en "Bandidos" (1969). El autor explica:
"En la montaña y los bosques bandas de hombres fuera del alcance de la ley y la autoridad (tradicionalmente las mujeres son raras), violentos y armados, imponen su voluntad mediante la extorsión, el robo y otros procedimientos a sus víctimas. De esta manera, al desafiar a los que tienen o reivindican el poder, la ley y el control de recursos, el bandolerismo desafía simultáneamente al orden económico, social y político. Este es el significado histórico del bandolerismo en las sociedades con divisiones de clase y estados."
(Bandidos. Editorial Crítica. Barcelona, 2001.)
Es en esta realidad en la que incide "Pernales. El último bandolhéroe". Desde luego desde el juego que brindan los títeres de cachiporra, y entrelazando la poesía que nos brindan algunas escenas con momentos muy divertidos. Una visión romántica del bandolero, sí, pero aprovechando la vida de aventura que vivieron estos personajes fuera de la ley (outlaw, en la tradición anglosajona) para cuestionar muchas injusticias que se han arrastrado hasta nuestros días. El Pernales terminó sus días abatido por disparos de la Guardia Civil mientras intentaba escapar hasta Valencia, donde tenía previsto embarcar junto a su amante (su primera esposa le había abandonado llevándose a sus dos hijas por los malos tratos recibidos) rumbo hacia América. Después de muchos años perseguido encontró la muerte en la Sierra de Alcaraz, junto a su compañero el Niño de Arahal, el 31 de agosto de 1907. La tumba de ambos se encuentra en el cementerio de Alcaraz, Albacete. El Pernales se convirtió entonces en un héroe popular, un hombre con arrojo y valor que se enfrentó a los poderosos que oprimían al pueblo llano.
Esta imagen romántica del bandolero nos es muy familiar a muchos por aquella serie mítica de televisión, "Curro Jiménez". Y también recuerdo cómo me enganchaban de niño las aventuras del bandolero inglés Dick Turpin (de nuevo un personaje real idealizado por el pueblo), convertidas también en serie televisiva. En definitiva, aventuras de bandoleros que nos sirven de excusa para, de un modo divertido, imaginar un mundo más justo e igualitario.