jueves, 30 de noviembre de 2017

Pernales. El último bandolhéroe

  Me siento feliz de haber vuelto a los escenarios, tras una temporada en barbecho, junto a mis amigos de Títere Teatro Urgente con la obra "Pernales. El último bandolhéroe".  El grupo es compañía residente en el Teatro Montacargas, sala en la que nos encontramos representando esta pieza de títeres, con la que disfrutan igualmente pequeños y grandes. Dentro del teatrillo me acompaña Concha Párraga, autora también del texto. Y fuera se encuentran Paulo Alexandre, director del espectáculo, y Lourdes Muñoz, responsable de la música en directo sobre las tablas (acompañada de la presencia, ya afianzada, de Carmela Luna). Un buen día tomé el relevo de nuestro amigo Sergio y me dieron confianza para seguir la estela de nuestro siempre recordado y querido Pedro. "La niña valerosa" o "Cuentos a la luz de la luna" fueron otras aventuras en las que participé junto a esta gran familia.
  El Pernales fue un bandolero que existió realmente, nacido en la localidad sevillana de Estepa en el año 1879, de nombre real Francisco Ríos González. El apodo derivó de su primer sobrenombre, "Pedernales", atribuido por su dureza, de la que hizo gala durante toda su vida.
  La historia del bandolerismo es casi tan antigua como la de la propia humanidad. Ya en la Grecia clásica y después durante el imperio romano, se documentaron acciones de bandas que asaltaban en los caminos; salteador proviene de saltus, bosque en latín, lugar propicio para estas acciones y la posterior huída. Asimismo los forajidos eran los fora exitus, los expulsados fuera, y el bandido es aquel que aparece pregonado en un bando de búsqueda o captura.
  La existencia de bandoleros se extendió por toda Europa a través de la Edad Media, y continuó de igual manera en épocas siguientes. En España, durante los siglos XVIII y XIX, hubo una gran proliferación de estas prácticas delictivas sobre todo en Andalucía y Cataluña, debido en gran medida al caldo de cultivo que suponía una población deprimida y analfabeta y el caciquismo que concentraba el poder y riqueza en unas pocas manos privilegiadas. De este modo, gran parte de la población miraba con buenos ojos a estos bandoleros, hombres decididos y fuertes que se enfrentaban al poder y atacaban a quienes les condenaban a vivir en la extrema pobreza. Se veían como una especie de Robin Hoods, aunque en realidad conseguían el respaldo y la complicidad de la gente humilde, al parecer, sólo a cambio de favores o por unas pocas monedas. Cuentan que el Pernales gastaba lo robado, principalmente, en las tabernas.
  Lo que sí es cierto es que existía una injusticia social que propiciaba estos hechos. El historiador Eric Hobsbawn definió el término bandolerismo social en su obra sobre formas populares de resistencia "Rebeldes primitivos" (1965) y lo amplió posteriormente en "Bandidos" (1969). El autor explica: 
  "En la montaña y los bosques bandas de hombres fuera del alcance de la ley y la autoridad (tradicionalmente las mujeres son raras), violentos y armados, imponen su voluntad mediante la extorsión, el robo y otros procedimientos a sus víctimas. De esta manera, al desafiar a los que tienen o reivindican el poder, la ley y el control de recursos, el bandolerismo desafía simultáneamente al orden económico, social y político. Este es el significado histórico del bandolerismo en las sociedades con divisiones de clase y estados."
                      (Bandidos. Editorial Crítica. Barcelona, 2001.)

Es en esta realidad en la que incide "Pernales. El último bandolhéroe". Desde luego desde el juego que brindan los títeres de cachiporra, y entrelazando la poesía que nos brindan algunas escenas con momentos muy divertidos. Una visión romántica del bandolero, sí, pero aprovechando la vida de aventura que vivieron estos personajes fuera de la ley (outlaw, en la tradición anglosajona) para cuestionar muchas injusticias que se han arrastrado hasta nuestros días. El Pernales terminó sus días abatido por disparos de la Guardia Civil mientras intentaba escapar hasta Valencia, donde tenía previsto embarcar junto a su amante (su primera esposa le había abandonado llevándose a sus dos hijas por los malos tratos recibidos) rumbo hacia América. Después de muchos años perseguido encontró la muerte en la Sierra de Alcaraz, junto a su compañero el Niño de Arahal, el 31 de agosto de 1907. La tumba de ambos se encuentra en el cementerio de Alcaraz, Albacete. El Pernales se convirtió entonces en un héroe popular, un hombre con arrojo y valor que se enfrentó a los poderosos que oprimían al pueblo llano. 
  Esta imagen romántica del bandolero nos es muy familiar a muchos por aquella serie mítica de televisión, "Curro Jiménez". Y también recuerdo cómo me enganchaban de niño las aventuras del bandolero inglés Dick Turpin (de nuevo un personaje real idealizado por el pueblo), convertidas también en serie televisiva. En definitiva, aventuras de bandoleros que nos sirven de excusa para, de un modo divertido, imaginar un mundo más justo e igualitario.








jueves, 2 de noviembre de 2017

Distancia siete minutos

  Las relaciones paterno filiales no siempre son un camino fácil de recorrer. En muchas ocasiones se decide tomar atajos para poder llegar a buen puerto, sin que esto signifique algo necesariamente negativo: el sentido de supervivencia contra la aniquilación del propio árbol genealógico. Los vericuetos por los que transitan Félix, un joven juez, y el padre de éste, autoritario y controlador, provocarán la transformación de los personajes ante la mirada emocionada del espectador.
  Descubrí a la compañía Titzina Teatro hace unos años, con su anterior montaje, sobre el escenario barcelonés de La Villarroel. En aquella ocasión la obra, de ajustado y acertado título Exitus, giraba en torno a la muerte. También ahora la muerte está presente, aunque no como tema central del argumento. Es la ausencia de la madre la que planea durante casi toda la acción, descubriéndose finalmente algo que podía intuirse casi desde el principio: la madre de Félix decidió quitarse la vida voluntariamente. El suicidio es un tema tabú del que nunca se habla. De igual modo lo es para Félix y su padre, obligados a convivir juntos durante unos días por una cuestión de necesidad: el hijo se aloja en la casa paternal porque debe dejar su piso para que lo fumiguen por una invasión de termitas.
  La imagen de las termitas devorando el interior de las vigas de madera funciona perfectamente como símil de la vida del joven magistrado. Vive solo, arrastrando sus sucesivos fracasos de pareja e intentando que la ingente cantidad de trabajo que soporta, le sirva como refugio ante una existencia infeliz e incompleta. Y todo esto, que va creciendo en intensidad hasta llegar a un final auténticamente catártico, se entrelaza con el trabajo del protagonista en los juzgados, donde interroga a una serie de acusados de diferentes procesos, o la aparición del controlador de plagas, personajes y escenas todas estas donde el humor ejerce como válvula de escape. Porque en el espectáculo hay humor, sí, inteligente y bien distribuido a lo largo de la hora y media de función. Y a partir de esto toca hablar de quienes nos ofrecen está maravilla escénica.
  Diego Lorca y Pako Merino llevan ya más de quince años de andadura con la compañía, en la que se encargan de escribir la dramaturgia de sus espectáculos así como de dirigirlos e interpretarlos. Han ido forjando una marca de la casa reconocible y admirable, con rigor, talento y mucho trabajo de investigación a sus espaldas. Dejan una impronta en el público que consigue seguidores fieles que, como yo, queramos verlos siempre que haya oportunidad. Con este montaje, estrenado en 2013, ya estuvieron en el teatro de La Abadía en 2014, y ahora han vuelto a Madrid al escenario del Teatro del Barrio.
  Creo que se nota por lo que escribo que el pasado domingo salí del teatro emocionado y la verdad es que sí; es una experiencia única ir al teatro y sentir que asistes a algo increíble. La puesta en escena se apoya en grandes interpretaciones, y también me gustaría destacar el trabajo de escenografía y de iluminación, está última sutil y elegante (si es que puede denominarse así un diseño de luces...)
  La travesía de estos personajes transcurre en paralelo al lanzamiento del robot espacial Curiosity, cuyo objetivo es investigar el planeta Marte. Un trazado poético que acompaña el anhelo de Félix por expresarse y conocer la verdad, como si fuera un Hamlet contemporáneo atravesando las estrellas.